lunes, 21 de marzo de 2011

TIERRAS DE CRISTAL.

Recuerdo cuando iba rumbo al Hay Festival de Cartagena, llegando a la ciudad y faltando aún días para poder ver al autor del libro que llevaba en brazos, ¡cómo lo abrazaba protegiéndolo de la lluvia y agradeciéndole al cielo tener una joya de semejante belleza conmigo! Sentada en el parque del Centenario, entre frondosos árboles y gente que murmuraba, releía una y otra vez los pasajes que había separado con más de cuarenta post-it y volvía a sonreír.

Pero mientras la espera terminaba, y la ansiedad de ver por fin al autor que había hecho de mi cabeza un mundo de cristal, como si habitara en los antiguos cuentos de Andersen, leía incansablemente más pasajes, más capítulos, más frases intactas y colgantes como piezas en hielo de diversas formas que encontraba en la lectura del libro. Y es que, cómo no sumergirse en una historia que tiene a una mujer cuyos labios “embadurnaban los pensamientos”, que inspiró “la extravagante idea de pecado” en Dios, que hacía reflejar su rostro en los rostros de las otras mujeres de la ciudad que se veían en el espejo, una mujer con candencia y misterio; cómo no ser cómplice de un niño bastardo y mentalmente incapacitado, que puede detener el tiempo con su mirada, hacer eterno el gesto de la mujer de labios sensuales, de invocar su movimiento de caderas encima de él y hacer del placer el éxtasis furtivo de los recuerdos.

Son estas algunas de las historias que se entretejen para formar a Quinnipak, la imaginaria ciudad que Baricco crea para dar vida a personajes que tienen una mezcla de sabores, olores, formas y sonidos, que elabora de manera magistral y los sitúa como un puzzle, brindándoles la libertad de ser melancólicos, divertidos, soñadores, de llevar a la realidad al límite de la desazón, y situando al lector - a nosotros los lectores – en el frenetismo de un ferrocarril que es construido para vivir al extremo la libertad y el vértigo de la velocidad.

Cuando te levantas y el mundo entero está helado, y todos los árboles del mundo helados, y todas las ramas de todos los árboles del mundo heladas. Millones de agujas de hielo que tejen la gélida manta bajo la cual después…”

Sumergida en la quietud de la página siguiente, con la pulsación del corazón queriendo develar cuál es la pieza del puzzle que encaja con la estructura que llevo armada en mi cabeza, el anuncio de una cálida voz costeña, detiene mi mano y hace que deje la pieza apartada por el lapso de una hora, mientras el autor, con un cordial buon pomeriggio da inicio a su innolvidable conferencia, demostrando que su cabeza es un laberinto de historias, de personajes con pasados invisibles y futuros deseados. Alessandro Baricco confirma su inteligencia, su sensibilidad y su capacidad para construir historias con tejido de seda, usándonos a nosotros como hilo de ellas. 


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